Salvadoreño y “un ángel digital”

Christian Hernández Gallardo, de White Star Capital. Christian es salvadoreño, su trayectoria incluye pasos por Microsoft, Google y Facebook. Hoy tiene su propio fondo de inversión para apoyar empresas tecnológicas. Impulsa a emprendedores “ambiciosos y con visión global”.
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Christian se define “feliz” de haber pasado por compañías que, “en su época, definieron una generación. (Foto: Archivo/E&N)

Desde El Salvador a Londres con escalas. Esa podría ser una síntesis de la trayectoria de Christian Hernández Gallardo, salvadoreño de nacimiento hoy es socio de White Star Capital, un fondo de inversión en etapas tempranas de compañías tecnológicas; antes trabajó en Microsoft, lideró el equipo de Google para desarrollo de negocios en plataformas móviles y el que Facebook armó fuera de Estados Unidos para gestión de aplicaciones. Se define “feliz” de haber pasado por compañías que, “en su época, definieron una generación” y destaca que en todas las empresas que marcan historia el capital mayor es “su gente; en Sillicon Valley los ingenieros brillantes puede cotizar millones de dólares”.

White Star Capital es “ángel inversor” de 21 compañías. Hernández Gallardo está convencido de que para apadrinar un proyecto sus impulsores deben tener “visión global”. Comenta que una idea de negocio hoy puede surgir en cualquier lugar del planeta, pero requiere de la “ambición” de sus creadores: “Tienen que ver su mercado en el mundo”. Por supuesto, el equipo debe contar con solidez técnica y con la flexibilidad suficiente para adaptarse a los cambios “sísmicos” que atraviesan las plataformas como Apple, Android o Facebook.

Aunque estudió economía, Hernández Gallardo asegura que la tecnología siempre le atrajo. Ese interés personal lo terminó empujando a aceptar un trabajo en una punto.com en los ’90, en pleno auge de las tecnológicas. “Creábamos sistemas de análisis de bases de datos y crecimos muy fuerte; llegamos a valer US$ 30 mil millones y en día perdimos el 72% del valor”, recuerda.

Mientras cursaba una maestría en Estados Unidos hizo una pasantía en Microsoft, donde permaneció tres años a cargo del lanzamiento de la plataforma móvil. Una llamada de Google lo convirtió en integrante del equipo global para desarrollo de negocios en plataformas móviles.
Eran los años de presentación de Android, “cuando la mayoría pensaba que era tiempo perdido porque Nokia ya había ganado la batalla y el mercado”.

Facebook le significó su mudanza a Europa ya que se sumó a la primera plataforma de la compañía fuera de Estados Unidos cuyo objetivo era contactar emprendedores alrededor del mundo para generar un ecosistema de aplicaciones de juegos y música. “Así encontramos a quienes diseñaron el Candy Crush, a compañías de música. Trabajé con el Comité Olímpico de Londres para generar aplicaciones. Una experiencia interesante y de mucho aprendizaje”, dice Hernández Gallardo. En ese contexto decidió que era momento de dedicarle todo su tiempo a una compañía propia que invirtiera y apoyara con ideas y experiencias a empresas emergentes. “Ahora mi carrera es darle rienda a esas iniciativas”, sintetiza.

¿Qué cambió entre el boom y la caída de las tecnológicas en los ’90 y hoy?
Hay que pensar lo que costaba y el tiempo que tomaba crear una compañía en esos años y lo que es ahora. En ese entonces para hacer un juego se invertían unos US$ 90 millones, el capital era mucho más grande; hoy con US$ 100 mil, un fin de semana y un servidor de Apple se puede generar y vender millones en Amazon. Hay un mejor uso de capital más y plataformas e infraestructuras comerciales más eficientes. Desde cualquier lugar del mundo se puede ser global. Por ejemplo, en Finlandia hace dos años nació Supercell de la mano de unos jóvenes, hoy tiene 100 empleados, dos juegos que venden dos millones de copias diarias (Clash of Clans y Hay Day) y acaba de vender el 51% de sus acciones por US$1.500 millones.

Casos como ese parecen multiplicarse. Jóvenes que crean aplicaciones y las venden por millones de dólares, ¿es tan simple y frecuente?
Fuimos inversores de Nick D’Aloisio (PD: joven británico que creó la aplicación Summly y la vendió a Yahoo por US$30 millones). Empezar como él no es raro; se puede aprender sólo. Nick tiene un carisma impresionante y fue clave que se contactó con inversionistas que lo apoyaron, a la aplicación le fue muy bien y terminó seleccionada por Yahoo. Lo que hace falta para que estas experiencias se den es la plataforma de apoyo con dinero e ideas. Además de los recursos, es necesario aprender qué hacer y qué no, sumar inversores que pueden atraer a otros. Hay historias increíbles en cualquier lugar del mundo que, con poco capital, terminan siendo muy exitosos. Nosotros invertimos en un proyecto de un joven sueco que desarrolló una aplicación para leer blogs de moda y tendencias, Bloglovin. Empezó con seis personas y ahora se mudó a Nueva York y tiene 10 millones de usuarios…

¿Cómo llegan los emprendedores a un fondo de inversión?
Una posibilidad es el contacto directo que puede darse por reputación del fondo en el mercado. Otra es porque fue presentado a través de otro emprendedor o inversor ya que muchas veces se intenta compartir de riesgo con otro que entienda el mercado. En los últimos años se multiplican las conferencias alrededor del mundo; hay que participar, conocer nuevas compañías encontrar la idea con el equipo apropiado, con una aplicación que prometa.

Para un inversor, ¿cuáles son los desencadenantes para apostar a un proyecto?
Una es el equipo, que sea flexible, que acepte cambios, que tenga solidez técnica. Una idea puede cambiar en los primeros años de desarrollo. Por ejemplo, Instagram no era una aplicación de fotos sino social, cuando Facebook se dio cuenta de hacia dónde giraba el uso hicieron un pivot y la transformaron. Los iniciadores tienen que creer que pueden generar una empresa con valor y para hacerlo deben tener el conocimiento técnico y de mercado; deben entender la amplificación del mercado, tener una visión global. Quiero un emprendedor con esa visión y con esa ambición desde el arranque. También vemos con quién co-invertimos, quién más tiene interés en el proyecto.

¿Cree que los latinoamericanos cuentan con las mismas posibilidades que emprendedores/desarrolladores europeos o asiáticos?
Creo que falta el núcleo de los inversores, de quienes generen y apuesten por un ambiente en que se puedan construir nuevas compañías. En la región no está generalizado el ecosistema de ángeles inversores que sostengan a las empresas en su primera fase que es la crítica, que apoyen y tomen riesgos. No faltan los emprendedores; hay casos muy exitosos como el equipo de OLX que generó una plataforma de comercio online mundial desde Argentina. También es muy interesante la iniciativa Wayra de Telefónica que apadrina startups. Ese impulso es el que debe generalizarse ya que ahora la idea puede surgir en cualquier lugar del mundo y expandirse. En la región Brasil como mercado es interesante y con mucho volumen; México está un paso atrás, y en Chile el gobierno hace un esfuerzo para apoyar con fondos. Latinoamérica debe lograr el esquema de tener una densidad de emprendedores con aspiración de ser el próximo D’Aloissio, contar con ángeles inversores y con gobiernos que alienten ese ambiente.

¿Puede que, por un factor cultural, en la región el concepto de emprendedor se asocie más al de cuentapropista que al de empresario con futuro exitoso?
Es muy probable. Un emprendedor típico en Latinoamérica se piensa como alguien que está creando un producto físico sin analizar que el costo de capital es más alto que para crear uno digital. También tiene peso la cultura familiar; si me pregunto qué le hubiera gustado a mi madre, seguramente la respuesta no es un emprendedor en la era digital. En el caso de D’Aloisio como él no tenía la edad suficiente para integrar el directorio de su empresa, lo representó su madre… Esas conductas marcan cambios.

¿Cuál es la tendencia en aplicaciones, qué es lo que viene?
El norte lo están marcando aplicaciones como Line, Cacao o Whatsapp que replican la funcionalidad de Facebook pero de manera diferente. En ese sentido estamos aprendiendo del modelo asiático que no se mueve en contactos entre amigos sino que juega y hace operaciones con gente que no conoce. La revolución, en ese sentido, será impresionante. También es muy fuerte el impacto de los celulares en el comercio móvil. Por caso, una plataforma que vende productos de alto costo online realiza la mitad de sus transacciones desde teléfonos móviles. En las regiones emergentes el teléfono es la principal computadora y eso cambia el comercio. Otro factor de peso es el nuevo tipo de economía, la de recursos compartidos, el consumo colaborativo. Se empieza a generalizar en alquiler de autos o de un departamento en vez de un hotel; el esquema se está acelerando en Europa y en Estados Unidos, no tanto en Asia.

¿Hay una marca generacional en estas aplicaciones? ¿Los jóvenes diseñan lo que usan?
Es generacional en el sentido de que los de 25 años son una generación móvil, usan desde chicos internet a través del teléfono. Esa es la diferencia y hace que el costo de aprender haya bajado mucho; desarrollan de manera más simple. Usar aplicaciones analizarlas les da una base importante.

Fuente: Estrategia y Negocios

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